Las vemos al reverso de los empaques de casi todo lo que compramos. Son lo principal que miden los dietistas e instructores de gimnasios cuando nos sometemos a tratamientos para bajar (o subir) de peso, y sin embargo, muchas veces no entendemos sus mediciones. Hablamos de las calorías, la unidad de energía con la que nos basamos hoy en día para medir la energía obtenida de los alimentos.
Originalmente, la caloría (símbolo «cal») era la cantidad de energía que se necesitaba para elevar en un grado la temperatura de un gramo de agua (de 14.5 a 15.5 grados). Hoy en día la energía se mide en joules, y las calorías, que se miden en kilocalorías, se usa en nutrición para determinar el potencial energético de los alimentos.
Las calorías son usadas como un indicador para controlar la ingesta de ciertos alimentos y elaborar dietas bajas o altas en calorías de acuerdo a nuestras necesidades, aunque generalmente para regular el sobrepeso, ya que hoy en día nuestros hábitos de consumo sedentarios tienden a una dieta pobre en nutrientes y a priorizar las grasas, frituras y todo aquello que a la larga es dañino para el organismo.
El mínimo requerido de kilocalorías para un adecuado funcionamiento metabólico del organismo en un día es de 1,200 kcal. Un índice inferior a esta cifra es peligroso pues significaría estar deficientes en proteínas, vitaminas y minerales esenciales para el organismo.
Por ello, hoy en día es obligatorio informar al consumidor el contenido nutricional y valor calórico de los alimentos el cual normalmente se medirá en kilocalorías (kcal) por cada 100 g.
Por ejemplo, la alcachofa contiene 47 kcal por cada 100g, lo que la hace un producto calórico ideal, pero las nueces (654 kcal por cada 100 g) contienen muchas calorías, por lo que su consumo deberá ser moderado.
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